lunes, 8 de diciembre de 2008

Violencia en los Centros

Durante estos meses, de aparente tregua en mis oposiciones, es sorprendente como prácticamente cualquier conversación con cualquier otro opositor tiene su punto álgido cuando se habla del miedo a enfrentarse a un puñado de monstruitos superhormonados. Las conclusiones son siempre parecidas: el mayor miedo no debería ser éste, debería radicar en nuestra capacidad para ser lo más eficiente posible en nuestro trabajo.

Partiendo de esto, asumo que la educación está desvirtuada por culpa de los prejuicios, justificados por la experiencia de cientos de profesores, con los que los nuevos docentes tienen que lidiar antes incluso de comenzar a ejercer.

Sin embargo, si uno sabe leer entrelíneas en las estadísticas y las noticias, se dará cuenta de que los niños siguen siendo niños, esponjas curiosas que absorben conocimientos y reproducen hábitos las 24 horas del día. No hay nada de malo en ello, siempre ha sido así, ellos no son los culpables (http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/science/newsid_6441000/6441385.stm). La diferencia está en lo que aprenden y en las conductas que imitan. Se ha deshecho el nexo que mantenía en contacto la adolescencia con la adultez, se ha perdido el canal de comunicación que encauzaba su potencial. Esto lo han ganado a pulso los recientes planes de estudio y los padres.
En general, los adolescentes ya no tienen referentes adultos, ven a los profesores como carceleros sin autoridad y los institutos se convierten cada día en cárceles en las que resulta fácil amotinarse. Así, surge entre algunos, la sensación de impunidad, se creen intocables y omnipotentes sin necesidad de pensar en consecuencias inmediatas. Las peleas y agresiones son modos primitivos e instintivos de buscar reconocimiento, que carecen de sentido si nadie les ve.
Lejos de poner freno a este divorcio entre jóvenes y adultos, la brecha cada vez es mayor, pues la distancia creada entre nosotros y ellos les lleva a dibujar un nuevo mundo donde todo está justificado, donde la educación, el respeto, la tolerancia o el conocimiento son sólo parte de esa disciplina académica, de esa disciplina de la vida de la que no quieren formar parte.

Los planes de estudios se centran cada vez más en el conocimiento, requisito fundamental en la enseñanza y sin el que los alumnos serían solamente marionetas parlantes en un mundo cada vez más difícil. Pero estos planes deben incorporar, no dentro de una asignatura, sino dentro de todas las que se imparten, valores humanos, motivaciones, metas, derechos, obligaciones, etc, hacer que los alumnos sepan unir la tabla periódica y el respeto del turno al compañero, hacer que sepan unir las leyes de Mendizábal y el poder establecer un diálogo, hacer unir la ley de la oferta y la demanda y la convivencia en un mundo cada vez más heterogeneo.

La tarea a la que se enfrentan hoy en día los profesores es ardua porque los padres pretenden que eduquemos a sus hijos en sabiduría y comportamiento mientras ellos se dedican a ignorar a sus hijos, y ahí es donde entra la equivocación. La educación forma parte de todos, de la familia en primer lugar, pues es en ellos donde pueden ver el ejemplo a seguir, donde pueden labrar su conducta desde la infancia, y también en el colegio con ese aporte de conocimientos y educación básicos.

Hagamos de la educación un requisito de todos, hagamos que nuestra conducta sea digna de imitar, hagamos ver en los jóvenes de hoy que la violencia que generan y transmiten no sirve de nada, que no se es más fuerte cuando más se chille, se insulte o se empuje, hagamos ver a los jóvenes que se es más fuerte cuando más estudias y aprendes, cuando más compartes con tu compañero, cuando cedes tu silla, cuando hablas con tus amigos, cuando juegas en el recreo con todos, cuando en definitiva haces el bien y construyes el mundo en el que te gustaría vivir.











Judith Pacheco Gómez
Sec. Educación NN.GG.
Provincia de Cáceres

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